Ella se enjuagó la cara y se miró al espejo. La gente podía ver su pelo rubio situado cada milímetro perfectamente, podían ver como tenía unos ojos azules cristalinos en los que millones de chicos se habían perdido, podían ver como vestía con elegantes prendas y como ponía una amable sonrisa cuando la gente se dirigía hacía ella. Pero nadie podía ver que estaba harta de ella misma, que el único chico del que una vez pudo enamorarse la ignoró como si fuera tan sólo una muñeca rota, que no era simpática y que odiaba la ropa que llevaba puesta. Todo el mundo ignoraba cada uno de sus sentimientos por su apariencia. La veían la chica perfecta, siempre haciendo lo correcto y siguiendo el camino indicado.
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